Volvió Ángel di María y demostró una vez más su relevancia en el actual Real Madrid. El Fideo sacó a su equipo de un apuro, asistiendo a Benzema en la acción a la postre decisiva -penalti y expulsión de Courtois- y firmando él mismo el 2-1. Además, cargó a sus rivales de tarjetas, algunas tras excesivas dramatizaciones. Eso es lo malo de Di María. Lo bueno es que, pese a volver tras una lesión, en un día espeso del colectivo, fue él quien volvió a engrasar las bisagras de un equipo que, sin la brillantez de otros días, volvió a quedarse con el derbi ante un Atleti que vio desfilar de nuevo a todos sus fantasmas.
A la lista se une ahora el fibroso jugador argentino, del que los rojiblancos recordarán su capacidad para exagerar los contactos, y no sin razón. Tampoco les faltarán argumentos a los madridistas que reivindiquen su calidad, su sentido del colectivo y una noción del sacrificio que, en ocasiones -como ocurrió ante Osasuna-, paga cara.
El caso es que Di María volvió porque Mourinho le adora. Es, posiblemente, el jugador que mejor compendia todo lo que el técnico de Setúbal exige. Por encima de todo, un extraordinario nivel de compromiso. Su concurso resultó vital para doblegar a un Atlético que ofreció más resistencia de la que prometía. Tuvo a un jugador notable, Adrián, y un planteamiento acertado. Se trataba de tapar a Xabi, o en su defecto a Ramos. Sirvió mientras estuvo con once. En inferioridad, el plan se vino abajo con estrépito.
Funcionó en igualdad, con dos pivotes, el descaro de Adrián y el sacrificio de Salvio, más pendiente de Marcelo que de mirar al frente. Quizá el gol fue mucho premio para el Atlético, y quizá el empate lo fue para el Madrid. Lo que es seguro es que el derribo de Benzema ante Courtois -muy claro- reabrirá la polémica sobre la norma que añade la expulsión al castigo, ya duro de por sí, del penalti.
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